Inauguración: 31 de agosto de 2014 Cierre: 30 de agosto de 2014 Registro fotográfico: Fausto Verón, Gustavo Nieto & Guadalupe Chirotarrab
I
Tres artistas se reunieron en esta exhibición motivados por el deseo, la amistad y la confianza en el poder de sus prácticas. Tras un mes de conversaciones a las que se sumó el grupo agitador de Rusia, convocaron a quien escribe este texto para ejercer un rol cuasi maternal que pudiese cristalizar los vínculos que los artistas habían percibido entre sí. Indagar en las obras de Alfredo Frías, Santiago Gasquet y Manuel Siguenza significó sostener la indeterminación que signó el diálogo entre Tucumán y Buenos Aires, y desplegar la imparable tentación de concretar un proyecto conjunto.
II
Tal experiencia resultó en una selección de obras en las que conviven lo familiar y lo inhóspito. Cuando la percepción de lo cercano y lo lejano se hace difusa, la imaginación puede verse arrastrada a un estado sombrío asociado a lo innombrable. Ese intento de aproximación a lo que no puede ser enunciado es una acto de creencia que subyace la muestra.
Una imagen de video proyecta el cuerpo de Santiago que emerge de la oscuridad de una de las salas. Su presencia es fantasmal. Entre burbujas que emanan fragilidad, el cuerpo corre indefinidamente sobre un mismo eje. El sonido de la respiración profunda marca el ritmo progresivo de sus pasos. Santiago intenta traspasar el tiempo imponiendo la vitalidad sobre la extinción indefectible. Bajo la paciencia que denotan sus dibujos impolutos parece ocultarse un recurso de sanación emocional. En ellos, breves frases de amor propias de un canción pop brotan entre especies vegetales cicatrizantes que intentan neutralizar las heridas.
Alfredo construye un altar de lo indigerible. Hace un santuario de dibujos y pinturas en las que cándidas escenas familiares se ven alteradas por intervenciones tan sutiles como dramáticas. Son rastros de lo fatal en los recuerdos más preciados. El despliegue de un espacio físico para la añoranza se dirige a la superación. Alfredo busca reencontrarse con la pérdida a través de una construcción inacabada que provee las fisuras por donde naturalizar la ausencia. Las lágrimas que bañan los pies de una figura apolínea transportan el pesar individual al territorio público. En su fluir se conforma un río en el que transcurre la tragedia humana.
La percepción de lo infinito, el vacío o la soledad pueden producir sentimientos tan contradictorios como el placer y el horror. Esta ambivalencia está asociada a la idea de lo sublime. Manuel parece trabajar con esa noción al moldear la materia y devastarla para que surja en una escala minúscula la naturaleza descomunal. Sus piezas escultóricas en cerámica son porciones de inmensidad. Las cualidades naturales se ven transfiguradas hasta provocar extrañamiento. La extensión informe de un paisaje mural abstracto tan bello como desolado provee el marco existencial en el que se asientan sus paradojas.
Las obras de esta muestra pueden pensarse como fuentes de un territorio purgante. Proveen una conciencia trágica: la capacidad de aceptar lo que es irreductible a una explicación. El hecho de que la brutalidad aparezca entre los hilos del artificio, no sólo estremece. Es una confluencia perturbadora que implica la distancia de la que carece el drama personal. Y desde el mutismo de lo no nombrable, nos desafía a emanciparnos de algunos temores.